Nadie te enseña a migrar, pero aquí estamos… aprendiendo juntas: 10 cosas que aprendí después de migrar ✈️ 🧳 🏠
Mari Carmen, me da mucho gusto que sigas por aquí, porque gracias a ustedes me sigo motivando a escribir. Hoy vengo a compartirles esas cosas que una sí o sí aprende cuando migra.
Porque no, no es solo aprender un nuevo idioma o cómo usar la línea del metro. Cambiar tu estilo de vida, vivir lejos de casa, llegar a un lugar donde no conoces a nadie… eso te transforma. Y muchas veces aprendes más de ti misma que del país al que llegaste.
Hoy te cuento algunas de esas cosas que yo he aprendido. Y si a ti también te ha pasado o crees que me faltó alguna, compártelo con tus amixes y déjalo en los comentarios. Vamos a hacer catarsis juntas.
1. Aprender a estar sola (y disfrutarlo)
Sí, amiga, aprender a estar sola.
Y no, no quiero sonar dramática ni exagerada… pero es la verdad. Cuando llegas a un nuevo país, no conoces a nadie ni sabes ni por dónde empezar. Así que te va a tocar aprender a pasar tiempo contigo misma: salir a comer sola, hacer tus compras, pasearte por el mundo sin tu familia o tus amigas.
¿Fácil? No.
¿Imposible? Tampoco.
Cuando te das cuenta de todo lo que puedes lograr estando sola… OMG. Creces muchísimo.
Te das cuenta de lo valiente que eres, de lo independiente que puedes llegar a ser, y de que sí, eres más fuerte de lo que pensabas.
Estar sola también te enseña que tú puedes ser tu mejor compañía. Que puedes administrar tu tiempo como se te dé la gana, tomar tus propias decisiones, ir a tu ritmo, y no tener que explicarle nada a nadie. Eso es libertad.
Y cuando llegas a ese punto… amiga, ni tú te vas a reconocer.
2. Aprender a administrar tu tiempo, dinero y espacio
Cuando migras, te das cuenta que ahora todo depende de ti. No hay mamá que te diga que ya es hora, ni papá que pague el gas, ni hermanita que te preste el cuarto.
De pronto, tienes que aprender a organizar tus días, cumplir horarios, hacer el súper, cocinar, lavar, trabajar y tratar de tener vida social sin morir en el intento.
Tu tiempo se vuelve oro, tu dinero sagrado (¿10 dólares por una papaya? 😭) y tu espacio… bueno, ese mini cuartito que rentas se convierte en tu recámara, oficina, spa y lugar sagrado.
Migrar te enseña a valorar cada minuto, cada dólar y cada centímetro cuadrado de paz. Y aunque al principio sientas que no das una, con el tiempo te vuelves una master del multitasking y del presupuesto.
3. Aprender nuevas habilidades (porque ahora te toca a ti)
Migrar también es darte cuenta de que hay cosas que antes dabas por hecho… y ahora te toca aprender sí o sí.
¿Nunca cocinaste porque tu mamá era la reina de la cocina? Pues bienvenida al club de aprendí a hacer arroz viendo un reel.
¿Nunca aprendiste a manejar porque todo te quedaba cerca? Pues ahora el súper está a 30 minutos y ni modo, a sacar licencia.
¿No sabías nadar y tus amigas te invitaron a un viaje con alberca? Pues ahí vas, con tus Googles y tutorial de YouTube.
Migrar te obliga a salir de tu zona de confort.
Te hace descubrir que puedes hacer más cosas de las que pensabas, y que no está mal aprender “tarde”. Lo importante es que estás creciendo, literal y emocionalmente.
Y sí, algunas veces quemarás el arroz, te pasarás la salida en la autopista o tragarás agua en la alberca... pero te prometo: nadie sale ilesa de la independencia, pero sí más fuerte.
4. Valorar a tus amistades (incluso a la distancia)
Cuando migras, te das cuenta de algo bien fuerte: no todas tus amistades van a sobrevivir la distancia… pero las que sí, se vuelven familia.
Empiezas a valorar los mensajitos que llegan sin razón, las videollamadas eternas, los memes que te mandan a media semana solo para hacerte reír. Y también te das cuenta de que ya no puedes ver a tu mejor amiga con solo caminar dos calles… ahora toca coordinar horarios, husos horarios, ganas y tiempo.
Migrar te enseña a cuidar las amistades verdaderas. A esas personas que, aunque no estén físicamente contigo, te siguen acompañando. Que celebran tus logros, te escuchan cuando lloras, y te recuerdan quién eras cuando sientes que te estás perdiendo.
Y claro, también hay quienes se alejan, y eso duele. Pero ahí también aprendes: que no todos están para quedarse, y que está bien. Porque los que se quedan, lo hacen de verdad.
5. Ser tu propio pañuelo de lágrimas, tu animador, tu coach… tu todo
Migrar te enseña que no siempre vas a tener a alguien a quien correr a llorarle.
A veces no hay mamá que te abrace, ni mejor amiga que te saque a comer, ni pareja que te diga “todo va a estar bien”.
Entonces te toca a ti.
Tú misma te secas las lágrimas, te hablas bonito en el espejo, te dices “ándale, que sí puedes” y te levantas una vez más.
Aprendes a ser tu voz de aliento cuando estás cansada, tu regaño cuando estás procrastinando, tu abrazo cuando extrañas.
Porque sí, migrar te da independencia, pero también te enseña a sostenerte solita cuando se tambalea el mundo.
Y aunque suene duro, también es hermoso.
Porque empiezas a confiar en ti como nunca antes.
Y un día, sin darte cuenta, te das cuenta que tú sola has sobrevivido a todo eso que antes pensabas que no podrías.
6. Aprender a moverte sola en la gran ciudad
Cuando migras, una de las primeras cosas que te toca enfrentar es… salir sola a explorar el mundo sin perderte en el intento.
Y si vienes de un lugar donde todo estaba “cerquita” o siempre alguien te llevaba, prepárate para los benditos mapas, los transbordos del metro, los camiones que pasan cada mil años y los nombres de calles que no sabes ni pronunciar.
Y sí, al principio vas con el Google Maps pegado como si fuera tu mejor amigo. Te bajas una parada antes (o cinco después), caminas más de la cuenta, y hasta te da miedo cruzar ciertas calles. Pero poco a poco, te vas soltando.
Te das cuenta que tú puedes. Que puedes llegar sola a donde quieras, que no necesitas a nadie para moverte, y que conocer la ciudad también es conocerte a ti.
Te haces experta en apps de transporte, en horarios del metro, en detectar cuál ruta es más segura, rápida y barata. Y todo eso sin perder el estilo (o solo a veces).
Moverte sola es también una forma de libertad. Y cuando logras sentirte segura y capaz en una ciudad que antes te intimidaba… uff, eso no tiene precio.
7. Habrá familia a la que nunca volverás a ver
Migrar también es aceptar que no todos los abrazos podrán esperar.
Y que en la distancia, a veces, las despedidas llegan sin previo aviso.
Cuando migras, te arriesgas a perderte cosas importantes: cumpleaños, navidades, nacimientos… y sí, también despedidas.
Porque hay veces que un miembro de tu familia se va —para siempre— y tú estás del otro lado del mundo, con un corazón hecho pedazos y una pantalla como única conexión.
Decir adiós a alguien que amas desde la distancia es una de las cosas más desgarradoras que puedes vivir. No hay forma correcta de atravesarlo.
Solo sabes que duele, que te sientes impotente, que te encantaría estar ahí… pero no estás.
Y entonces entiendes que migrar no es solo dejar un país, es también aceptar que algunos regresos no llegarán.
Pero también aprendes a honrar a esas personas desde donde estás: viviendo, creciendo, recordando.
Y aunque la culpa te visite, y las lágrimas te alcancen, un día te das cuenta de que ellos también estarían orgullosos de lo lejos que has llegado
8. Aprender a disfrutar las oportunidades (y darte cuenta de que sí estás cumpliendo tus sueños)
En medio del caos, de los días tristes, de la nostalgia… un día te despiertas, miras a tu alrededor y piensas:
“Wow. Estoy aquí. Estoy viviendo lo que alguna vez soñé.”
Y sí, quizás estés lejos de casa, quizás sin tu gente cerca, quizás con la cuenta de banco temblando… pero también estás cumpliendo eso que un día parecía imposible: vivir en otro país, aprender otro idioma, estudiar algo nuevo, viajar sola, crecer como nunca.
Migrar te enseña a detenerte y agradecer lo que has logrado, incluso si todavía no estás donde quieres estar.
A valorar las pequeñas victorias: la beca que te ganaste, el primer trabajo que conseguiste, la primera vez que te atreviste a hacer algo sola.
Porque sí, es verdad que extrañas muchas cosas.
Pero también es cierto que tú solita te abriste el camino para estar donde estás. Y eso no cualquiera lo logra.
Disfrutar las oportunidades también es darte permiso de sentir orgullo.
Porque aunque estés lejos de casa, y a veces te sientas sola, tú estás viviendo una vida que antes solo estaba en tus planes, tus notas del celular o tus sueños de madrugada.
9. Aprender a vivir con nostalgia… sin que te apachurre
Spoiler alert: vas a extrañar todo.
El pan dulce, el tianguis, los tacos de la esquina, a tu abuela viendo la novela, hasta el maldito calor que tanto renegabas. TODO.
Y sí, habrá días en los que el Spotify te traicione con una canción y termines llorando en el pasillo del Trader Joe’s. Pero tranquila, es parte del paquete migrante.
Lo importante es que con el tiempo aprendes a hacerle espacio a la nostalgia sin que te tumbe el ánimo. Te permites extrañar, llorar tantito, pero luego te levantas, te sirves tu cafecito (de 6 dólares 😩) y sigues con tu vida de bichota migrante.
La nostalgia se vuelve como ese ex que ya no te duele pero a veces te manda un “hola” incómodo. La ves, la sientes, la reconoces… pero ya no te detiene.
10. Que migrar fue una de las decisiones más locas… y más poderosas de tu vida
¿Quién te manda dejar tu país, tus amigos, tu comida, tu cama con cobijas de tigre? ¡TÚ!
¿Quién decidió empezar desde cero en un país extraño con clima raro y comida sin sazón? ¡TAMBIÉN TÚ!
Y aunque a veces digas “¿en qué momento me metí en esto?”, sabes que no cambiarías esta experiencia por nada.
Migrar te transforma. Te vuelve más fuerte, más valiente, más ingeniosa, más chingona.
A veces parece que estás sobreviviendo con pura fe y un par de memes… pero lo estás logrando.
Y eso, amiga, es de aplaudirse.
Así que cuando dudes de ti, recuerda:
Tú te lanzaste solita, lejos de todo lo conocido, y aquí estás.
Creciendo, sobreviviendo, viviendo.
Y si eso no es ser una heroína, no sé qué lo sea.
✈️ Cerrar ciclos, abrir maletas (y corazones)
Migrar duele, enseña, sacude, transforma… pero también regala una versión de ti que ni tú sabías que existía.
Si llegaste hasta aquí, gracias por leerme, por sentir conmigo y por ser parte de esta comunidad que estamos armando —una historia migrante a la vez.
Ahora cuéntame tú:
💬 ¿Cuál de estas cosas has aprendido tú desde que migraste?
📲 ¿Te identificaste con alguna? ¿Cuál agregarías?
Déjalo en los comentarios, compártelo con tu amiga que está lejos de casa o que recién está por vivir esta aventura.
Y si quieres seguir leyendo más chismecitos emocionales como este, sígueme en mis redes sociales que ahí seguimos migrando, sobreviviendo y riéndonos para no llorar. 💪🌎✨